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Puede que estés en el medio de la montaña. Puede que estés acostado en la playa, o aventurándote en el medio de un bosque. Puede que estés lejos de tu casa, o tan sólo a unas cuadras. Y hasta puede que simplemente te encuentres tirado en tu cama mirando el techo de tu cuarto. Estés donde estés, estás solo. Sin nadie que te esté prestando atención, ni nada que te distraiga de tus propios pensamientos. Es en ese preciso instante que tu cuerpo se ve invadido por algo que pocas veces habías sentido: LIBERTAD. Porque son esos momentos los que constituyen un único gran momento en el que SOS libre. Libre de toda relación y atadura, no hay nadie ni nada que te condicione. Sentís que el piso tiembla, pero son tus pies los que se tambalean y te das cuenta de que necesitás sostenerte a vos mismo: ya no hay nadie para agarrarte. Te preguntás entonces si vas a poder aguantar mucho más así. ¿La respuesta? NO LA SABÉS. Pero tenés que persistir y mantenerte a flote. En algún momento ese silencio y esa quietud van a ser interrumpidos, y la soledad va a desaparecer. Ojo. No te retraigas. El estar solo más de una vez es consecuencia de una decisión propia, y no “del destino” como muchas veces creemos. Creés que podés contra el mundo vos solo y la caída termina siendo dura: pasa el tiempo y terminás estando equivocado. Por más momentos y respiros que necesitemos, no podes vivir así. No podemos alejarnos del contacto y de la calidez humana. Dejáte llevar: puede que estés cerrándole la puerta a una persona que haga de tu día una gran anécdota de vida.
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